jueves, 12 de abril de 2007

Sonría por favor, antes que muera una fotito


Veo que hace unos días se anunciaba en España un documental sobre Kevin Carter, el maldito. Acá el sitio y un artículo sobre el tema. Ojalá se pase pronto en Lima.

¿Qué hay en la foto, qué hay detrás, qué impacto genera, hay culpa en ser testigo, en ser pasivo, en vivir del dolor de otros, cuánto ayuda mostrar, a quién ayuda, al que trabaja en ello, al que es objeto de la mirada, al que mira desde su casa?

Esta archifamosa foto: espacio compartido por la niña que agoniza y el buitre que se la va a comer pronto. Eso muestra. Cada uno un lugar en la cadena, alimenticia y de sucesos.

Pero todos sabemos que hay algo más en este cuadro. La foto tiene profundidad. Un tercero invisible que también cumplió su función. El Kevin que esperó cual buitre o ápuntó cual artista o difundió cómo héroe o chambeó como fotografo o no se dio mucha cuenta de nada y clic, nada más.

Y aún hay otra dimensión. Los que vieron la foto reproducida hasta el hartazgo en todo medio. Y se lamentaron y admiraron, al mismo tiempo.

¿Cuál es el impacto de algo como esto? Muchos se sensibilizaran, muchos intentarán hacer algo, supongo que la gran mayoría se horrorizará y una mayoría mayor no hará nada pese a ello. Kevin se mato por ser el primero en la cadena de los que no hicieron nada concreto.

La foto de la niña Kim Phuc escapando del Napalm, dicen, generó un impacto atroz en la opinión pública norteamericana. A la larga esto jugó su rol para que la guerra terminara. Las fotos a veces son ventanas hacia el otro desconocido, ajeno, pero que cuando le pones cara y ves sus gestos, se hace próximo como un espejo.


¿Cuántas fotos de la violencia política en el Perú se publicaron en revistas, diarios, televisión, informes, libros; cuántas más se han expuesto en muestras, carteles, afiches, folletos, letreros, pancartas, cuántas fueron recogidas y mostradas por la Comisión de la Verdad, por las ONG?

¿Cuál ha sido su impacto? He leído por allí que a la muestra Yuyanapac fueron miles de personas, muchísimos escolares, entre ellos. Pero tengo el presentimiento que generan más espanto, más empatía, las imágenes de fuera.



Lo cierto es que en nuestro país imágenes como esta, publicada en el diario La República en 1986, no tuvieron el impacto que tuvieron en otras partes y otros conflictos, imágenes similares. Incluso en algún momento, se llegó a pedir a los medios de prensa que no publicaran más fotos sangrientas y que mostraran el terror y el caos. Un modo de contribuir a la paz cerrando los ojos. Una práctica harto común entonces y ahora ante los abusos.

Y con los ojos cerrados ¿quién puede ver una foto por buena que sea?

José Carlos Agüero
Iprodes

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