jueves, 1 de marzo de 2007

Por un Oscar


No soy un cinéfilo, dejé de serlo hace mucho tiempo. Quizás ello me permite apreciar las ceremonias de premiación del “Oscar” menos apasionadamente.

Lo que observo es que se vende algo. Un estilo de vida. Unos valores. Observo que se premia a personas vinculadas predominantemente a la gran industria cinematográfica. Que se entrega una estatua cubierta de oro y de silueta varonil. Que mujeres y varones circulan por una alfombra roja engalanados y “a la moda”, elegantemente millonarios y nerviosos. Y que estas estrellas armonizan perfectamente con el suntuoso escenario.

La industria mostrando su riqueza ante la mirada atónita de millones de muertos de hambre del mundo entero. Y sí que lo hacen bien.

Me pregunto cuál sería la impresión de las mujeres y niños/as de las comunidades campesinas e indígenas al ver este espectáculo. ¿Envidia? ¿Deseo de ser parte de ese mundo? ¿Extrañeza? ¿Indiferencia?

Me siento a ver la entrega del Oscar como cualquier mortal y me pregunto si estará bien que nosotros, supuestamente comprometidos con las expectativas y necesidades de los excluidos, avalemos este tipo de espectáculos. Si un consumidor no tiene culpa de nada.

Pero buscándole el lado positivo, recuerdo que desde hace unos años la Academia ha dado muestras de empezar a valorar a las personas por su talento, sin discriminación por su raza u orientación sexual, y eso tiene su valor. A estas alturas ya no tendría sentido un gesto como el Marlon Brando en los setentas, cuando envío como su representante a recibir el oscar a un indio norteamericano.

¿Cuántos afro americanos han sido premiados últimamente? Muchos. ¿Acaso el año pasado la gran ganadora no fue una película sobre la relación homosexual entre dos rudos vaqueros? Y no olvidemos que este año la presentadora ha sido una famosa lesbiana, exitosa y orgullosa de su identidad.

No solo eso. Al Gore y su documental sobre el calentamiento global también han ocupado un importante espacio este año. Merecidamente.

Todo ello es cierto, no obstante, contradictoriamente, siento que el tema de fondo es el de derechos y principios. Que incluso estos avances no hacen sino maquillar una realidad esencialmente mercantil, donde se vende un modelo de sociedad y de éxito deshumanizante.

Es un espectáculo para la sociedad norteamericana, que se mira el ombligo y se regodea en sus propios músculos, un espectáculo en que la riqueza el dinero y el lujo son muestras de realización personal. Tal vez deberíamos dejar a los norteamericanos con sus espectáculos y deberíamos construir los nuestros, con sabor latinoamericano y popular, que incorpore mensajes, valores y conceptos interculturales, que transmitan equidad (distintos a esos mamarrachos de “Grammy Latino”).

Construcción nada fácil, pero pensemos optimistamente como Basadre al Perú como una posibilidad.

Eduardo Espinoza
Iprodes

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